Islandia iba a ser diferente, lo sabía, pero a la majestuosidad de los paisajes y fenómenos naturales se unieron una serie de contratiempos que también ayudarán a recordar este viaje para siempre.
La cosa empezó con un ligero retraso de media hora en nuestra salida desde Gibraltar, lo cual sería un preludio de lo que iba a caracterizar a este viaje: la impuntualidad de los vuelos. Llegamos a Londres a la 1.30 de la tarde, y como nuestro vuelo a Keflavík no salía hasta 7 horas después, decidimos hacer turismo por el aeropuerto de Gatwick. Cafés y visitas a las tiendas fueron la tónica de nuestra paciente espera. Sin embargo, cuando apareció en el panel informativo que nuestro vuelo se retrasaba 5 horas, la espera se tornó tensa y angustiosa a la vez.
Haciendo el vikingo en el Museo Nacional de Reykjavík
Habíamos avisado al hostal de Reykjavík de que llegaríamos sobre las 11 de la noche, pero con este retraso no llegaríamos antes de las 4 de la madrugada, así que tratamos de ponernos en contacto con el hostal, pero ante la imposibilidad de obtener una respuesta directa, nos conformamos con dejar constancia de ello mediante un email.
Junto a nosotros había un matrimonio de holandeses con un niño pequeño, que dedujimos que compartían destino con nosotros debido a que en dos días la selección de fútbol de aquel país jugaba un partido en Reykjavík. Aparentemente iban en el mismo vuelo que nosotros, pero con el transcurso de las horas contemplamos impotentes como embarcaban en otro vuelo para Keflavík que salía 2 horas después, con la única diferencia de que ellos volaban con Iceland Air y nosotros con Iceland Express, lo cual en apariencia no debería suponer una gran diferencia, pero en la práctica comprobamos muy a nuestro pesar cual era la compañía más seria y profesional. Nuestro desconocimiento de ambas líneas aéreas había convertido nuestra elección en una especie de cara o cruz y el azar nos envió a la compañía menos competente.
Mientras esperábamos, jugamos a adivinar quienes nos acompañarían en el avión y estarían en nuestra misma situación, lo cuál nos resultó difícil debido a que aparentemente no había nadie que mostrara el más mínimo signo de contrariedad. A mi espalda había un hombre tendido sobre los asientos tratando de dormir, y a mi derecha un hombre de mediana edad leía tranquilamente un libro. De repente, anunciaron por megafonía nuestro retraso y el hombre levantó la vista por unos instantes del libro, lo cuál indicaba que muy probablemente compartiríamos vuelo y frustración por el exagerado retraso. Sin embargo, el hombre continuó su lectura sin inmutarse lo más mínimo, así que pusimos en duda que realmente estuviera en nuestra misma situación, pues no podíamos concebir cómo alguien podía tomarse las cosas con tanta filosofía. Sin embargo, con el tiempo descubriríamos la filosofía nórdica, que hace que la gente se tome las cosas con una paciencia admirable.
Una vez embarcamos en el avión, la compañía se disculpó por megafonía, pero no dio la más mínima explicación de las causas que provocaron el dichoso retraso. Era la 1.30 de la madrugada cuando por fin despegamos. Lógicamente era noche cerrada en Londres, pero al cabo de una hora de vuelo, empezó a verse el Sol. Había “amanecido” en tiempo récord. Calculo que acabaríamos de rebasar la costa norte de Escocia cuando el día volvía a aparecer, convirtiéndose este fenómeno en una de las cosas más espectaculares que he contemplado nunca. Por muy lógicas que sean las razones que explican por qué en Islandia el Sol no se pone nunca durante el verano, uno no puede dejar de sorprenderse al contemplar dicho fenómeno.
Compartimos asiento con un joven polaco que también iba a Islandia de turista. Llevaba en sus manos un pequeño libro de viaje sobre el país escrito en polaco e iba a hospedarse en Keflavík y desde allí pretendía alquilar un coche para darle la vuelta a la isla en una semana. Nosotros fuimos más prácticos y nos decantamos por tomar un par de vuelos nacionales para acelerar más la cosa.
Al llegar a Keflavík, lo primero que hicimos fue sacar dos billetes del Fly Bus, una compañía de autobuses que opera desde el aeropuerto hasta Reykjavík cada 20 o 30 minutos después de cada vuelo. Keflavík está a unos 45 minutos de la capital islandesa, y todos los vuelos internacionales llegan y salen desde allí.
El trayecto hasta Reykjavík me dejó la primera impresión de Islandia: los que decían que el paisaje volcánico islandés se asemejaba a la superficie lunar se quedaron cortos. Me invadió una sensación muy extraña, efectivamente si no como si me estuviera adentrando en otro planeta, si desde luego estaba ante un lugar muy diferente a cualquier otro sitio que haya visitado jamás.
El paisaje era desolador, duro y aislado. Una tranquila carretera nos condujo a través de rocas cubiertas de lava durante varios kilómetros. No se adivinaba ni el más mínimo atisbo de civilización hasta que poco a poco fueron apareciendo pequeñas casitas aisladas cerca de la escarpada costa, aunque me cuesta creer que estuvieran habitadas en medio de semejante desierto de lava, con unas tierras no aptas para el cultivo y quizás ni siquiera para la vida humana.
A continuación vimos una modesta gasolinera y poco después nos topamos con el primer pueblo propiamente dicho: Hafnarfjördur. Me llamó la atención su campo de fútbol, inconfundible por el gran escudo que preside la pequeña tribuna cubierta del que consta el pequeño pero coqueto recinto.
Una vez en la estación de autobuses de Reykjavík, sacamos un mapa y tratamos de localizar el hostal. Sabíamos que no debía estar muy lejos, por lo que decidimos fiarnos de nuestra orientación y no coger un taxi. No tuvimos demasiados problemas para dar con el hostal, pero el problema surgió cuando tratamos de acceder a él, pues nadie nos abrió la puerta. Llamamos varias veces y nos atendió un contestador automático. Todo hacía indicar que íbamos a pasar la “noche” a la intemperie, como finalmente sucedió. Eran las 4 de la madrugada, pero podrían ser perfectamente las 4 de la tarde y el paisaje no hubiera cambiado lo más mínimo. La luminosidad era exagerada, así que nos dedicamos a contemplar las luminosas noches de Reykjavík desde la puerta de nuestro hostal. Lo sé, no era el marco idóneo para hacerlo, pero decidí aprovechar la oportunidad que nos brindaba este nuevo contratiempo.
Al cabo de dos horas, salió del hostal una mujer de origen chino que no hablaba ni una sola palabra de inglés, pero que por señas nos indicó que había gente dentro del servicio y que tratásemos de llamar a la puerta para hacernos notar.
Resultaba frustrante ver como la mujer intentaba esforzarse al máximo para hacernos entender lo que nos quería decir, pero le agradecimos su interés por ayudarnos. Cinco minutos después salió del hostal su compañera, también china, y que tampoco hablaba prácticamente de inglés, pero que si consiguió que nos hiciéramos una idea de la clase de individuo al que estábamos buscando: “Hombre malo, hombre malo”- nos dijo haciendo gestos de contrariedad.
Aprovechamos la salida de las dos mujeres chinas para al menos entrar dentro del hostal. Era como sentir que habíamos ganado algo de terreno, y ya estábamos más cerca de nuestra habitación. Nos sentamos en un sofá y tratamos de no hacer mucho ruido, pues al fin y al cabo, ninguno de los huéspedes tenía la culpa de lo que nos estaba pasando.
Esperando entrar al Hostal a las 4 de la madrugada
Decidimos montar guardia: Sergio esperaba en la puerta de entrada del hostal, mientras que yo me quedaba a cargo del equipaje en el pasillo. De repente escuché a alguien bajar las escaleras y sin dudarlo fui a ver de quien se trataba. Era una limpiadora de origen polaco que tampoco hablaba absolutamente nada inglés. Imagino que en un país con una lengua oficial tan compleja como el islandés, el hecho de ni tan siquiera balbucear unas palabras en inglés, debe ser algo muy limitante.
La mujer no me pudo ofrecer ningún tipo de ayuda, pero al menos me indicó donde se encontraba el encargado del hostal. Estaba en la planta de arriba durmiendo plácidamente. Ella hizo el amago de subir varias veces a la puerta de la habitación del hombre, pero deduje que no deseaba “molestar” lo más mínimo al dueño-encargado del hostal, por lo que adiviné cierto grado de sumisión y respeto hacia alguien que desde luego no estaba mostrando la más mínima seriedad con nosotros.
Cuando por fin apareció eran ya las 8.30 de la mañana, por lo que pasamos toda la noche entre la puerta y el pasillo del hostal. El tipo era un auténtico personaje, no tenía desperdicio. También era polaco, como la mayoría de los pocos inmigrantes que hay en Islandia. Habría pasado ya la cuarentena, lucía un pendiente y un look tipo rockero de los años 50.
Lo primero que nos dijo es que se levantó a las 2 de la mañana para abrirnos pero que ya nos habíamos ido. Desde luego no éramos nosotros porque a esa hora estábamos en pleno vuelo. No se disculpó, pero el hecho de que nos diera una habitación más que decente y nuestras ganas de irnos a dormir, hicieron que no le diéramos la menor importancia a ese hecho.
La habitación tenía todas las comodidades que uno puede esperar en un modesto hostal: cocina, ducha, televisión y ordenador con conexión a Internet. No pasaron ni 10 minutos cuando yo ya estaba tumbado en la cama dispuesto a descansar por el largo viaje, pues llevaba exactamente 24 horas sin dormir.
Al cabo de unas horas nos levantamos y fuimos a “desayunar” a la estación de autobuses. Estábamos totalmente confundidos con la hora. Era completamente de día, pero la luz apenas difería nada con lo que nos habíamos encontrado cuando llegamos al país unas horas antes. Nos apetecía comer algo, así que cogimos un café y un dulce y nos dispusimos a pagar en la barra. Había dos camareros: una chica joven, rubísima, como predominan por estos lares y bastante atractiva, acompañada por un hombre mayor que ella y que seguramente sería su encargado.
Para nuestra sorpresa, el hombre hablaba perfectamente español. Español y catalán a las mil maravillas, pues había vivido en Barcelona durante 25 años hasta que decidió volver a Islandia el verano pasado, coincidiendo con el tremendo escándalo económico que afectó al país poco después y en el que aún sigue sumido.
Estábamos muy cansados pero teníamos contratada una excursión a caballo para las 2. Sinceramente, hubiera aceptado sin contemplaciones la posibilidad de cancelarla, pero Sergio tenía interés en montar a caballo, así que regresamos al hostal, donde para nuestra sorpresa, ya estaba esperándonos el hombre encargado de recogernos media hora antes de lo previsto, convirtiendo este hecho en el primer atisbo de puntualidad que divisábamos en el viaje.
El hombre nos esperó pacientemente a que hiciéramos el cambio de habitación pero la mujer a la que íbamos a pagar el hospedaje no daba con la llave de la puerta. No se por qué, pero ya no me sorprendían estas cosas.
Al ver que la cosa iba para largo, el chófer decidió ir a recoger a otros turistas con el compromiso de volver a la mayor brevedad posible.
Nos llevaron a una cuadra a las afueras de Reykjavík, donde nos recibió una guía sueca, que a su vez contó con la ayuda de dos o tres compañeras más, quienes nos asignaron los caballos mientras nos preguntaban si sabíamos montar o no, pues aunque no se requería ningún tipo de experiencia, era importante saber el grado de confianza de cada jinete.
Montando en el típico caballo islandés
Había muchos holandeses, que supieran montar o no, se mostraban muy decididos sobre los animales.
Me monté en un caballo de color marrón, típicamente islandés, muy tranquilo y dócil, pero por mi inexperiencia, y por qué no negarlo, por mi falta de motivación ante las actividades ecuestres, no me sentía cómodo.
Comenzamos a andar en fila india, unos detrás de otros, a través de un camino ancho y polvoriento que al poco tiempo se dividió en dos: a la izquierda irían los que deseaban trotar y a la derecha fuimos los más reacios a experimentar cualquier tipo de sensación a lomos del caballo más allá de pasear relajadamente.
El paisaje volvía a ser volcánico, quedando atrás Reykjavík y su bonita bahía. Mi caballo aceleraba el paso para seguir a los demás, lo cuál empezó a transmitir inseguridad a mi maltrecha rodilla, así que decidí parar y explicárselo a la guía, la cual se quedó el caballo y regresé a pie.
Apenas había estado media hora sobre el caballo pero aproveché para pasear con tranquilidad por aquellas tierras. Había plantas, predominando una especie de color morado, que crecía indistintamente en parajes húmedos como secos. Pero lo que más resaltaba escapaba a la vista: el silencio. Apenas se podía escuchar el canto de pájaros, y ni siquiera eso.
Una vez en el lugar de donde partimos, me dediqué a observar a la gente que estaba a mi alrededor, desde trabajadores que cuidaban las cuadras hasta una de las encargadas de guiar a los excursionistas, que montaba con una soltura impresionante a la vez que se le adivinaba un gran amor por estos animales. La chica que estaba allí me preguntó si deseaba un café, pero al preguntarle si aceptaban euros me dijo que no, así que me compaginé el tiempo de espera dando vueltas viendo postales y sentándome a ratos.
Ya de nuevo en el hostal, Sergio dedicó la tarde a dormir mientras que yo decidí pasear durante un par de horas por Reykjavík. Empezó a llover de forma suave. Ese tipo de lluvia que lejos de molestar incluso agrada, pero que al cabo de un rato llega a calar. Bajé por las principales calles comerciales de la ciudad: Laugavegur, Skolavördustígur y Bankaestraeti. Las calles están llenas de tiendas de recuerdos, bares, bancos, librerías…y precisamente una librería fue el establecimiento que más me llamó la atención. Se trata de Eymundsson, un lugar donde se puede encontrar cualquier cosa tanto en lengua islandesa como inglesa. Una de las dependientes me atendió en un excelente español y me dijo que lo había aprendido en Argentina.
Reykjavík es la ciudad más limpia que jamás he visto. La pulcritud llega a extremos inconcebibles por estas latitudes, hasta el punto que incluso no son muy comunes ni siquiera las típicas pintadas que “adornan” las paredes de cualquier ciudad.
Los coches destacan por ser de gran cilindrada, al igual que las motos, y se ven modelos que constituyen auténticas rarezas en el resto de Europa pues son característicos de Estados Unidos. Algunos de estos coches son auténticos gigantes del asfalto, con unas ruedas exageradamente grandes, supongo que muy útiles para las duras carreteras que predominan en el país, sobre todo en el frío invierno. El aislamiento de la isla en una especie de “zona de nadie”, hace que aquí se puedan ver una mezcla de influencias americanas y europeas, y no sólo en lo automovilístico, sino en todos los ámbitos.
Otra de las cosas que llama poderosamente la atención es que aunque el alcohol pueda causar estragos como en cualquier otra sociedad, no se ve a nadie bebiendo en las calles, y la mendicidad es absolutamente inexistente. La policía apenas se deja ver, lo cual lejos de transmitir inseguridad, provoca el efecto contrario, pues a uno le invade la sensación de estar en un pueblo donde todos se conocen y nada malo puede suceder.
La criminalidad es de las más bajas del mundo, y a eso ayuda que al ser un país tan pequeño, quien más o quien menos, todos se conocen. Cuando alguien osa interrumpir semejante estado de bienestar, sale en portada en cualquiera de los dos periódicos más prestigiosos del país, aunque se trate de un hurto menor.
Claro ejemplo de esto lo comprobé a mi regreso a España, pues una de las noticias importantes del día fue la condena a un granjero local a pagar una multa por los daños causados a una joven por una de sus vacas.
El Círculo Dorado
Al día siguiente volvimos a la terminal BSI para desayunar, y allí entablamos conversación con Alfred, el camarero que había vivido 30 años en Barcelona. Nos contó que adivinó nuestra procedencia por el acento de Sergio y que conocía el sur de España, y que había estado en los Carnavales y en El Rocío. Sergio le preguntó por una manifestación que vimos el día anterior en el que apenas una decena de personas exigían de una forma muy extravagante no sabíamos muy bien qué. Nadie se sumó a la protesta, como mucho la gente se asomaba a la puerta del lugar donde se encontraban y se volvía para dentro.
Alfred no tenía constancia de a que manifestación nos referíamos, así que le preguntó a su compañera, que tampoco sabía nada de dicha protesta. Pero al cabo de un momento, se dirigió a nuestra mesa y nos dijo que la manifestación se debía a la decisión de tener que pagar su país 600 millones de coronas durante los próximos años, lo que afectará a la población mediante una brutal subida de impuestos.
Una vez que terminamos el desayuno, nos dirigimos al hostal para esperar al autobús que nos tenía que recoger, pero esta vez parecía no ser tan puntual como el día anterior.
No obstante, desconfiaba del hecho de que nuestro hostal tuviera dos entradas y estuviéramos esperando solo por una de ellas, por lo que decidí dar la vuelta para comprobar que no estábamos esperando en el lugar equivocado, pero así fue. Nada mas volver la calle, comprobé como el autobús se marchaba y nos dejaba en tierra por lo que corrí tras el haciendo gestos para que nos pararan. Por suerte nos vieron y nos recogieron, pero lo alcanzamos in extremis.
La primera parada que hicimos fue en una Central Geotérmica, desde donde se envía a Reykjavík el agua caliente. El lugar en sí no tiene mucho que ver, aunque los humos que despenden las chimeneas dan una imagen pintoresca.
Central geotérmica
Continuamos nuestro camino hacia el Círculo Dorado por una carretera en buen estado, y tras 45 minutos el conductor detuvo el autobús en medio de la carretera, sin ni tan siquiera apartarse un poco al borde. Eso sólo pasa en Islandia, pues a pesar de que la circulación es escasa, podría haber llegado a entorpecer la circulación en un momento dado.
El motivo por el que paramos fue para que contempláramos 5 minutos a unos caballos apostados muy cerca de allí, y tras tomar unas cuantas fotos seguimos hacia delante.
Pasamos el pueblo de Hvevardi, famoso por sus invernaderos, y al mismo tiempo se podía contemplar gente paseando a caballo a modo de excursión por caminos cercanos al pueblo.
Por fin alcanzamos una de las tres grandes atracciones de esta ruta: Geysir, pero continuamos hacia delante para adentrarnos primero en Gullfoss y después detenernos en Geysir a nuestro regreso.
Gullfoss es una de las cataratas más visitadas de Islandia, y su nombre significa “Catarata Dorada”. Debido a su enclave, nada hace presagiar que detrás del pequeño stand que tienen abierto para vender souvenirs y comida, puede abrirse una catarata espectacular, con un salto de agua que provoca un bello arco iris que no alcancé a ver.
Gullfoss
Para llegar a Gullfoss hay que bajar unas escaleras y una vez abajo se debe andar un estrecho camino muy bien acondicionado. Conforme uno se adentra en la catarata, va perdiendo espectacularidad y se termina por ver el cauce del río Hvitá, por lo que la vista más hermosa se observa desde la entrada a la catarata, justo al lado del pequeño monolito erigido a la figura de Sigridur Tómasdottir, quien amenazó con arrojarse a la catarata en el caso de que prosperaran los planes de explotar el lugar para generar electricidad.
Volvimos hacia Geysir, donde nos detuvimos por espacio de dos horas. Allí más de lo mismo, otro establecimiento donde se podía comer y comprar multitud de recuerdos, aunque este lugar era más grande que el ubicado en Gullfoss.
Decidimos ir directamente a contemplar el Geysir, y a medida que nos íbamos acercando, dejamos a ambos lados del camino diferentes fenómenos similares al Geysir pero que se mostraban mucho más calmados. Una vez nos encontramos delante del Strokkur (el Geysir más activo), me llegó un olor muy familiar en mis primeros días en tierras islandesas. Efectivamente, se trataba de un olor como a huevo podrido que desprenden las aguas calientes y que ya pude comprobar el primer día en la ducha de mi hostal o simplemente cuando usamos ese agua para hacer el café.
Geysir Strokkur
Por lo visto, el Geysir entra en erupción cada 5 o 10 minutos y puede lanzar agua hasta una altura de 20 metros . Lo observamos dos o tres veces, mientras las decenas de turistas esperaban preparados con sus cámaras para inmortalizar el momento de ebullición. Cuando volvíamos nos dio la sensación de que el fenómeno se repetía con mayor frecuencia. Supongo que fue cuestión de no centrar nuestra atención sólo en esperar.
Una vez en la tienda de recuerdos, hicimos tiempo hasta la hora de continuar el viaje. Minutos antes de la partida, me acomodé en el bus, y mientras Sergio venía, la mujer que se sentaba justo detrás de nosotros me preguntó que si había conseguido obtener una buena foto del Geysir. Le enseñé la única que hice con el Geysir en estado de ebullición y me contestó con un comentario complaciente hacia mi foto. Me dijo que era de Canadá, y que había subido hasta lo alto del cerro que presidía la zona, y mostrándome las fotografías que había tomado desde allí.
Reanudamos la marcha camino de Þingvellir, última parada del famoso Golden Circle. Al poco tiempo abandonamos la carretera principal y nos adentramos en una pista de tierra oscura. Más que una carretera secundaria era un camino más o menos acondicionado para el tránsito de vehículos. La guía del viaje se dedicó todo el trayecto a comentar las cosas más significativas mediante un micrófono, pero el hecho de que alternase indistintamente el inglés y el alemán acabó por desviar mi atención más al paisaje que a las cosas que realmente decía. Una de las cosas que dijo en cuanto tomamos la estrecha pista fue: “Bienvenidos a las verdaderas carreteras islandesas”, lo cual lo dice todo. A continuación comenzó a hablar del idioma islandés y su complejidad, y terminó refiriéndose al colegio más prestigioso de Islandia, donde cuentan con un personal docente muy cualificado, pero cuyo aislamiento geográfico sólo permite a los alumnos abandonar la escuela los fines de semana.
El paisaje se tornaba cada vez más bello, hasta llegar a un inmenso lago, el Þingvallavatn (lago de la explanada de la asamblea), el lago más grande de Islandia. Finalmente llegamos a Þingvellir, cuyo nombre significa “llanura del Parlamento”, un lugar de gran importancia histórica donde se fundó el Alþingi (uno de los parlamentos más antiguos del mundo) y donde se proclamó la independencia de Islandia el 17 de junio de 1944.
El Alþingi se reunía anualmente, cuando el Lögmaður (hablante de leyes) recitaba la ley a todos los congregados y también decidía en disputas. Los criminales también eran castigados en estas asambleas. En la actualidad se puede visitar el Drekkingarhylur (piscina de ahogamientos) en el río, donde las mujeres infractoras de la ley eran ahogadas.
El autobús nos dejó en una explanada y desde allí anduvimos por un precioso valle dominado por un río cuyas clarísimas aguas estaban muy tranquilas. Nos dirigimos a una pequeña iglesia de madera, y nos adentramos en su interior. En ella había un matrimonio con sus dos hijas pequeñas, que también contemplaban con curiosidad el austero templo.
Cuando vimos que se aproximaba la hora en que debíamos volver al autobús nos encontramos con la desagradable sorpresa de que el autobús se había ido sin nosotros. Por suerte, había un conductor de la misma empresa tratando de arreglar su vehículo y le comentamos lo sucedido. Además, nos consoló que no fuimos los únicos que entendimos mal el lugar donde debíamos regresar, puesto que a dos chicas italianas y a una china les había sucedido exactamente lo mismo. Para nuestra sorpresa, la china, al enterarse de lo sucedido, se alejó campo a través corriendo nadie sabe muy bien donde ni por qué. Nos quedamos sorprendidos antes tan extraña reacción y ayudamos a empujar el autobús averiado hasta conseguir que arrancara, pues se había quedado sin batería.
Nuestro averiado autobús
Al cabo de unos minutos regresaron los dos autobuses, el primero recogió a las italianas y el segundo a nosotros. Pero había un problema: en nuestro autobús viajaba la china que inexplicablemente comenzó a correr por la montaña así que no podíamos partir hasta que apareciera. Sin embargo, poco después notificaron que había aparecido en la otra parte de la ladera y que otro autobús la trasladaría a Reykjavík sana y salva.
Había sido la última parada de la ruta, y la guía preguntó pasajero por pasajero donde deseábamos que el autobús nos dejara. Cuando se dirigió a nosotros le pregunté que cuál era el lugar más cercano a Laugardarsvöllur (el estadio nacional), y respondió que el Hotel Hilton, que no había más de 10 minutos andando desde allí.
Las pasajeras canadienses que viajaban detrás nos comentaron que ellas estaban alojadas en el Hotel Hilton y que allí estaba alojado un equipo de futbol, que en un principio pensé que era la selección de Holanda, que jugaba ese día en Reykjavík un partido de clasificación para el Mundial, pero posteriormente comprobé que se trataba de la selección de fútbol islandesa. El destino quiso que justo al bajarnos del bus en las puertas del Hotel, nos cruzáramos con los jugadores islandeses, entre ellos Eidur Gudjohnsen, jugador del Barcelona. Al verlo no lo dudé y me dirigí a él: “Eidur, una foto, por favor”. Se paró y se tomó una fotografía conmigo y otra con Sergio, quien le preguntó si se iba a quedar un año más en el Barcelona, a lo que le contestó que no sabía.
Los minutos siguientes fueron de incredulidad, pues no podíamos creer que habíamos ido a Islandia e íbamos a volver con una fotografía del jugador del Barcelona.
Eidur Gudjohnsen
Empujado por el éxtasis provocado por la fortuna que acabábamos de tener, decidí tratar de rizar el rizo y dirigiéndome a las taquillas del estadio para tratar de conseguir un par de entradas y presenciar el partido, pero no fue posible porque estaban agotadas.
A nuestro alrededor, los aficionados holandeses se dedicaban a dar la nota con sus ingeniosos disfraces, muchos de ellos ataviados con ropas de mujeres de estilo tradicional holandés. Sergio se paseaba con la camiseta de España y fue objeto de algunas bromas por parte de los aficionados, como un holandés que le dijo que se había equivocado de partido al verlo ataviado con la camiseta roja en un Islandia-Holanda.
Decidimos regresar al hostal, anduvimos más de tres cuartos de hora y nos tumbamos en la cama para ver el partido por televisión. Después, fuimos a cenar a un restaurante italiano donde comimos muy a gusto, y acto seguido nos fuimos al Café Solon a disfrutar de la “noche” islandesa. Lo de la noche es un decir, pues no vimos la oscuridad en una semana. Tomamos un par de cervezas y decidimos dar un paseo por el puerto de Reykjavík. Allí había atracado un barco de marina noruego y nos acercamos hasta el.
Eran las 2 de la madrugada y estábamos muy cansados, por lo que decidimos regresar al hostal y guardar fuerzas para el día siguiente. De camino al hostal se nos paró un coche a nuestra misma altura. Era una chica la que conducía, con un copiloto que iba prácticamente dormido. “De donde sois? ¿Holandeses?- nos preguntó. Al contestarles que éramos de España nos volvió a interrogar: “¿De España? ¿Y que hacéis aquí?- preguntó sonriendo. Acto seguido prosiguió su marcha ante nuestra sorpresa.
El día se despertó nublado y frío, todo lo contrario que el día anterior, donde llegamos a pasar calor bajo el eterno Sol veraniego islandés.
Para no perder la tradición fuimos a ver a Alfred, al que ya habíamos bautizado como Alfredo, y nos tomamos el desayuno. Le comentamos que queríamos visitar Museos, y nos recomendó el Museo de Historia Natural, donde se encontraba disecado el último ejemplar de un enorme pájaro de más de metro y medio de altura al que mataron literalmente a palos.
Cruzamos la carretera y nos topamos con un museo, pero no era el que Alfredo nos había recomendado. Se trataba del Museo Nacional, pero optamos por entrar. En dicho museo pudimos contemplar todos los objetos que muestran la historia del país desde los tiempos de los primeros asentamientos (hachas, rudimentarias herramientas…) hasta el día de hoy (máquinas de escribir, ordenadores, latas de refrescos…). También se exponían múltiples cuadros y pinturas religiosas que hablan de la presencia cristiana en la isla.
Posteriormente paseamos alrededor del lago Tjornin, que nos brindó una bellísima estampa con el ayuntamiento y la iglesia al fondo. Era temprano y apenas había nadie junto al lago, únicamente un par de familias alimentando a los patos con sus hijos. El lago se sitúa en el mismo lugar donde se asentaron los primeros colonos que llegaron a Reykjavík a finales del siglo IX. Como curiosidad, cabe reseñar que recibe agua caliente de un manantial geotérmico, por lo que no se hiela en invierno.
Lago Tjornin
Entramos en el Raðhús (Ayuntamiento), cuyo acceso era gratuito. Su edificación en 1992 fue objeto de una gran polémica por construir un edificio moderno en el centro histórico de la ciudad. Lo más interesante que había era una gran maqueta a modo de mapa que mostraba cada accidente geográfico del país.
Continuamos en dirección al Alþingishúdið (Parlamento), erigido en 1881, y justo antes nos topamos con un acto que estaban celebrando los marineros a las puertas de Dómkirkjan, una pequeña iglesia, precisamente en el Día del Marinero.
De camino hacia el Hostal decidimos subir a la torre de la iglesia Hallgrímskirkja, que se encontraba justo al lado de donde nos alojábamos. Quedaba poco tiempo para que nos recogieran y nos llevaran a la Laguna Azul , pero decidimos subir rápidamente, y lo primero que nos sorprendió es que nada más entrar a la iglesia uno se topa con el ascensor desde donde se debe subir a la torre, y un letrero indicando que antes se debe pagar una pequeña cantidad. Lo sorprendente no es eso, sino que el lugar donde está la persona que cobra las entradas no está junto al ascensor, por lo que se podría subir y bajar a la torre sin control alguno. Ante tal clima de confianza en la gente, no me extrañaría que más de uno haya subido y bajado a la torre a su antojo sin el previo pago de la simbólica cantidad. Y es precisamente esa confianza salpicada de ingenuidad a veces, lo que más me sorprendió de los islandeses.
Estatua de Leif Eiriksson
Tuvimos la mala fortuna de encontrar la torre de la iglesia en obras, lo que imposibilitó retratar la característica imagen que preside muchas de las postales de Reykjavík, por lo que nos consolamos tomando algunas instantáneas desde lo alto de la torre, a 75 metros de altura. El interior de la iglesia merece la pena por su bonito órgano. La iglesia, cuya construcción duró 38 años (1948-1986), está flanqueada por una estatua dedicada a Leif Eriksson, hijo de Erik El Rojo, que alrededor del año 1000 descubrió Groenlandia y posteriormente llegó a América.
Cuando salimos de la iglesia nos llevaron hasta la estación de autobuses, desde donde pusimos rumbo a
Nos bajamos del autobús y aunque Sergio no contemplaba la posibilidad de que hubiera mucha gente bañándose debido a lo desapacible del clima, yo era consciente de que muy probablemente las celestes aguas del lugar estarían muy concurridas. Y así fue. Entramos, nos dieron una pulsera que debíamos conservar para poder acceder a través de un torno pero surgió un problema. El lugar por donde entrábamos daba directamente a los vestuarios, y nosotros únicamente deseábamos entrar para tomar unas fotos, lo cual no era posible. Si uno quería entrar en contacto con el agua, debía tomarse un baño forzosamente.
Le pedimos al conductor que nos dejara en Kringlan, un centro comercial. Allí comimos en un McDonalds y acto seguido volvimos al centro de Reykjavík por el paseo marítimo. Comenzó a llover, hasta tal punto que acabamos totalmente calados. Nos topamos con la Casa Hofdi , un edificio destinado a actos oficiales, y que es famoso por haber albergado en 1986 una reunión entre el ex presidente norteamericano Reegan y el soviético Gorbachov.
La lluvia era cada vez más fuerte pero como no teníamos otro remedio que caminar hasta el hostal, seguimos por el paseo marítimo y nos detuvimos ante la escultura del Barco Vikingo, otro de los símbolos de la ciudad.
Una vez en el Hostal me dí una ducha caliente con el ya característico olor del agua, y me tomé un café que me supo a gloria.
AKUREYRI
Al día siguiente pusimos rumbo al aeropuerto de Reykjavík para ir a Akureyri, un pequeño pueblo de 17.000 habitantes considerado la capital del norte del país. El aeropuerto de Reykjavík sólo opera con vuelos domésticos, y a lo sumo vuela a Groenlandia o Dinamarca, por lo que es un aeropuerto muy pequeño. Allí esperamos a embarcar tomando un café a la vez que el camarero balbuceó a Sergio varias palabras en español tras haberle preguntado previamente si era portugués. Durante la espera me llevé un disgusto al comprobar que mi móvil no funcionaba.
Al embarcar en el avión nos sorprendió no pasar ningún tipo de control de seguridad y la presencia de la policía en el aeropuerto se limitaba a un agente no armado que paseaba por la pequeña sala con los brazos atrás.
El avión también es digno de mención, porque era pequeño y de hélice, pero el vuelo fue muy confortable y en poco menos de 45 minutos llegamos a Akureyri.
Incluso antes de aterrizar ya nos dimos cuenta de que el paisaje de esa parte del norte era muy diferente a la Islandia que por ahora habíamos conocido. Había muchísimos árboles, las montañas estaban todas nevadas, y por sus laderas corrían chorros de agua como consecuencia del deshielo del verano.
Llegada al aeropuerto de Akureyri
Si el aeropuerto de Reykjavík era pequeño, el de Akureyri era pequeñísimo, diminuto, hasta tal punto que tuvimos que recoger el equipaje directamente del camión transportador del avión. Por lo visto, el único vuelo internacional que sale desde aquí es el de Copenhague. Buscamos un taxi pero no aparecía ninguno, pero al cabo de un rato aparecieron tres seguidos porque una chica que también buscaba uno los avisó.
La primera impresión que me llevé de Akureyri no pudo ser más hispana, pues justo en frente del hostal había un puesto de perritos calientes que tenía música en español. Aquí la temperatura era más fría que en Reykjavík, pues estábamos a 6ºC , pero la sensación térmica era todavía mucho menor. Las montañas nevadas nos obsequiaron con un paisaje majestuoso, y el corto trayecto en taxi entre el aeropuerto y el hostal atravesaba una avenida que transcurría justo paralela al fiordo en el que se encuentra la población. Pusimos rumbo al hostal y una vez allí el recepcionista no estaba, y tardó en aparecer, pero la espera mereció la pena porque la habitación era mejor que la del Hostal de Reykjavík.
Akureyri está rodeada de montañas permanentemente nevadas, las mayores son Súlur (
Poco después subimos unas escaleras hasta llegar a Akureyrarkirkja (iglesia de Akureyri), desde donde se contemplan unas preciosas vistas del fiordo, y una vez en su interior vimos unas vidrieras muy originales y una gran pila bautismal. Para subir hasta la iglesia, debimos ascender un total de 112 escalones, pero mereció la pena pues se trata de uno de los símbolos de la ciudad. Destaca su vidriera central, anteriormente ubicada en la Catedral de Coventry (Inglaterra) y trasladada a Akureyri tras la Segunda Guerra Mundial, al ser dañada por los bombardeos alemanes. Su órgano, de 3.200 tubos, es el mayor del país.
Akureyrarkirkja
Continuamos en dirección a Lystigardur (Jardín Botánico), un parque muy curioso fundado en 1912 que alberga gran cantidad de flora de diferentes partes del mundo, con más de 2.000 ejemplares clasificados y acto seguido cambiamos de dirección y fuimos a un centro comercial a buscar una tarjeta de vodafone para Sergio.
Jardín botánico
Por el camino nos detuvimos en Akureyrarvöllur, el campo de fútbol de uno de los dos equipos de fútbol de la ciudad. Se trata de un campo modestísimo, con apenas media grada, eso sí, con un césped en magníficas condiciones. En ese instante estaba entrenando un equipo de fútbol femenino, pues en Islandia como en otros países nórdicos, la práctica del deporte rey es muy popular entre las mujeres.
El Centro Comercial era pequeño, de una sola planta, aunque había suficientes tiendas de todo tipo para abastecer a la pequeña población y su entorno.
A la vuelta Sergio volvió al Hostal y yo me di una vuelta por la calle principal y por algunas tiendas. El termómetro marcaba 7ºC cuando fuimos a cenar a un restaurante italiano, era la segunda vez que comía pizza, aunque esta me gustó más que la de Reykjavík y sacié mi apetito. El personal que nos atendió era muy atento y a cada rato la camarera se acercaba a preguntarnos si estaba todo bien. Al irnos, Sergio le preguntó por algún lugar para tomar algo o salir y muy amablemente buscó un mapa y nos indicó dos o tres sitios. Tras caminar un rato, acabamos tomando un café en Café Amour, eran las 9 de la noche y el ambiente era relajado, demasiado quizás. Tras el café volvimos al Café Paris, que tanto nos había gustado, para tomar una cerveza. Mientras hablábamos observamos que había tres chicas sentadas cerca de nosotros y de repente escuchamos: “¿De donde eres tu?, por lo que Sergio inmediatamente les preguntó si hablaban español. En ese momento una de ellas tomó la incitativa: “Bueno, yo si hablo español, pero mis amigos no. Lo aprendí porque he estado tres meses en Nerja” Nos sorprendió que en sólo tres meses hablara español de una forma tan fluida. “Pues nosotros llevamos 4 días aquí y no aprendemos nada de islandés. Es un idioma más difícil”-le comenté. Acto seguido me atreví a poner en práctica mi limitadísimo islandés: “Talar þu ensku?” le pregunté, a lo que me contestó de forma instantánea: Ja, eg tala ensku… Luego ella nos preguntó que de donde éramos a lo que contesté en tono burlesco que Sergio era de Húsavík y yo de Grindavík,. “¿En serio? Nosotras somos de Keflavík, muy cerca de Grindavik”. Su respuesta me demostró que no entendió muy bien mi broma. Sergio le comentó algunas cosas pero algunas veces no entendía porque le hablaba demasiado rápido. Al final dijeron que se iban a dormir, pero nosotros optamos por ir a otro lugar a tomar algo. Curiosamente nos volvimos a encontrar en el otro bar pero ya no hablamos más.
Café Paris, Akureyri
Ya de vuelta en el hostal nos encontramos con una sorpresa, pues por lo visto se alojaban en el mismo lugar que nosotros, algo que tampoco debería de ser extraño en un lugar pequeño. “Same hostel…Goda Nott and bless bless” – les dije en un islandés que cada vez lo sentía más fluido.
HÚSAVÍK
Ya era martes, y sólo quedaban dos días para irnos. Era el momento de ir a Húsavík a ver ballenas. Partimos desde la puerta de la oficina de turismo de Akureyri cinco minutos antes de las 8.30, la hora prevista. El medio que usamos no se puede llamar autobús, pues era una furgoneta que transportaba a 5 personas, incluyéndonos a nosotros.
Puerto de Húsavík
La carretera no era mala, aunque pasaba cerca de montañas que estaban nevadas, por lo que se presumen duros inviernos en la zona. Tras poco más de una hora de camino, llegamos Húsavík, típico pueblo pesquero abrazado a su puerto. La furgoneta nos dejó junto a la gasolinera del pueblo, y desde allí bajamos al puerto, donde no tuvimos problemas para dar con el lugar desde donde deberíamos partir. Húsavík es un pueblo alargado, con casas coloridas y con una bonita iglesia de madera importada de Noruega en 1907. En el ambiente se respira un inconfundible olor a bacalao, y tomamos algo en una especie de cafetería local. A pesar de ser un pueblo turístico, lo remoto del lugar y mi procedencia me hacían sentir “exótico”.
Navegando en Húsavík
Subimos al barco y el tour se me hizo bastante largo, pues fueron tres horas en alta mar con un clima muy frío, aunque no me quiero ni imaginar como debe ser hacer esa misma ruta en invierno. Las ballenas apenas aparecieron, y aunque vi una justo al lado de nuestro barco, la mayoría de los avistamientos fueron de delfines y frailecillos.
Una vez de nuevo en tierra, visitamos un museo de folklore popular, que sin ser nada del otro mundo resultaba curioso pues alberga el ejemplar disecado de un oso polar que llegó a la isla de Grimsey en 1969 en un bloque de hielo desprendido en Groenlandia. Al llegar hambriento, era peligroso así que lo sacrificaron y sus restos disecados pueden contemplarse allí. A parte del oso polar, había otro gran número de ejemplares de animales disecados, pues parece que en Islandia hay gran afición por este proceder. La otra parte del museo está dedicada a la pesca, y se exponen embarcaciones e instrumentos de la mar de todo tipo.
Oso polar disecado
Mientras esperábamos el autobús decidimos asomarnos a una playa cercana de arena negra. Había muchas gaviotas y el paisaje era muy gris, con las montañas nevadas al fondo. El lugar me hizo recordar durante un buen rato los miles de kilómetros que nos separaban de casa.
Iglesia de Húsavík
ÚLTIMO DIA EN AKUREYRI Y REGRESO A REYKJAVÍK
Me levanté a las 6.30, me duché y como hasta dos horas después Sergio no había puesto el despertador, me di una vuelta por Akureyri. Subí a lo alto del cerro a través de la calle Thinvallastraeti, una avenida muy larga que me llevó hasta la fábrica de leche, pasando por otro campo de fútbol, del mismo equipo que vimos el día anterior. La gente estaba levantada a pesar de ser sólo las 8 de la mañana, y paseaban en bicicleta, tanto mayores como pequeños. El ambiente era de gran tranquilidad, y daba la sensación de que era la hora de hacer deporte, porque también observé a varias chicas entrar al campo de fútbol con ropa deportiva.
Día soleado en Akureyri
Sergio me llamó para ver donde estaba y al poco tiempo estábamos desayunando en unas mesitas en plena calle, porque el día había amanecido radiante y estábamos a 10ºC . Creo que en muy poco tiempo se nos pegaron algo las costumbres islandesas, pues en España hubiera sido impensable ponernos a tomar café en la calle con esa temperatura.
Antes de recoger nuestro equipaje y trasladarnos al aeropuerto, dimos un paseo por la avenida que lleva al pueblo, y había gente practicando piragüismo en el fiordo.
Volvimos al hostal, cogimos nuestro equipaje y a continuación fuimos en taxi hasta el aeropuerto. Allí la espera se hizo algo larga, pero aprovechamos para comer algo que ninguno de los dos sabíamos exactamente que era, pues ni siquiera estábamos seguros de si era carne o pescado.
Típica casa de Akureyri
Cogimos el avión y en menos de una hora ya estábamos en Reykjavík, pero esta vez el vuelo fue más bonito porque el cielo estaba despejado y pudimos contemplar la inmensidad de los glaciares desde el aire. Es algo indescriptible, pero que ayuda a hacerse una idea de lo inhabitable de esos lugares.
Avión de vuelta hasta Reykjavík
Una vez en Reykjavík, tomamos un taxi hasta el hostal, pues aunque ya sabíamos llegar, la distancia era grande y nuestro equipaje pesaba cada vez más. Lo curioso fue que nuestro taxista no hablaba ni una sola palabra de inglés, algo extrañísimo en un lugar como Islandia. A base de señas le indiqué la iglesia Halmimskirkia como referencia, y Sergio comentó en voz baja la ya célebre frase: Talar þú ensku?. El taxista miró a través del espejo retrovisor y sonrió. Tras dejarnos en el hostal, nos despedimos con un bless bless y nos realojamos en el hostal de nuevo, pero esta vez a Sergio le surgió un problema, pues no le agradaba su habitación que además ni siquiera podía cerrar, así que optó por dejar sus pertenencias en mi habitación.
Una vez que soltamos las cosas, subimos a La Perla , desde donde se contemplan unas bonitas vistas de Reykjavík. Esta colina fue objeto de un proceso de reforestación en la década de los 50 después de servir como base militar de los británicos en la Segunda Guerra Mundial. El edificio alberga unos 4.000 litros de agua caliente que abastecen las viviendas de la capital islandesa.
Vista general de Reykjavík, la capital de Islandia
Por el camino visitamos el campo de fútbol del Valur, un equipo de Reykjavík. Al igual que los demás estadios de fútbol en Islandia, es modestísimo, aunque luce una coqueta tribuna. Una vez en La Perla comprobamos que el Museo de las Sagas estaba cerrado, pero la imagen que proyectaba nos decía que probablemente no nos íbamos a perder gran cosa.
Museo de las Sagas
Pusimos rumbo a dos edificios que nos llamaron la atención situados justo uno frente al otro. Uno de ellos es una iglesia muy original, siguiendo los parámetros de las típicas edificaciones escandinavas, mientras que el otro edificio era más grande pero menos relevante.
Posteriormente nos dirigimos al Icelandic Bar, un bar ambientado con motivos islandeses, y tratamos de ver el partido allí. Islandia jugaba por segunda vez en la semana otro partido, esta vez en Macedonia, pero el único bar que estaba retransmitiendo el partido estaba lleno.
De todas formas a los islandeses no les apasiona el fútbol, y a la hora del partido la gente ni se inmutaba por pegarse ante el televisor. El tiempo estaba muy bueno, con un Sol radiante así que imitamos las costumbres locales y nos sentamos en la calle a tomar un café y una cerveza respectivamente. Estábamos muy cerca del Parlamento, y de repente nos topamos con otra manifestación. Sergio se asomó y en seguida se dio cuenta de que una mujer justo a su lado hablaba por teléfono en un perfecto castellano, por lo que decidió esperar a que la mujer acabara la conversación para abordarla. Al percatarme de la situación, decidí irme a dar un paseo y mirar tiendas porque supuse que la conversación iría para largo, y así fue.
Casi una hora después nos volvimos a encontrar y me contó que la mujer le había hablado de su vida, que había estado casada con un cubano residente en España, y que la situación en Islandia estaba muy mal debido a la crisis.
Ya era el último día en Reykjavík, al día siguiente saldríamos muy temprano hacia Londres, por lo que nos despedimos y acordamos fijar una hora para levantarnos. Más que al día siguiente, un rato después.
Sin embargo, aún no me había dado tiempo a tenderme en la cama cuando Sergio regresó muy apresurado: “Problemas, nos han retrasado el vuelo de mañana 5 horas”- me dijo tenso e indignado.
La verdad es que era una faena porque ahora se nos caía el vuelo de enlace de Londres a Gibraltar, así que tuvimos que pedir a la encargada del hostal que nos permitiera usar el ordenador para tratar de cambiar las fechas de nuestro segundo vuelo.
Barajamos múltiples opciones, pero la más viable era posponer el vuelo final a Gibraltar al día siguiente a las 7 de la mañana, lo que conllevaba pasar más de 12 horas en el aeropuerto de Gatwick. Pero no había otra, así que modificamos las fechas con un coste extra de 100 euros.
No obstante, Sergio seguía nervioso, se sentía atrapado en un lugar del que no podía salir, y le costó bastante mantener la calma. Yo en cambio, me sentía más tranquilo, no sé… pensaba que ya las cosas no podían saber peor, es decir, una antítesis de la ley de Murphy.
El segundo problema era reclamarle a Iceland Express al menos el derecho a mostrar nuestra disconformidad, por lo que Sergio se mostró convencido de que la mejor opción era buscar a Alfredo.
Ya al día siguiente fuimos a la estación de autobuses en su busca, y le comentamos lo sucedido. No se por qué no nos sorprendió con la filosofía que se tomó escuchar nuestros angustiosos comentarios.”Bueno, ya sabéis que la próxima vez que vengáis a Islandia volareis mejor con otra compañía, y al menos no se os va a olvidar Islandia”.
Personalmente, pienso que Alfredo podía hacer poca cosa por nosotros, así que no hizo otra cosa más que compadecerse de nuestra situación y comentarnos que unos amigos suyos el año pasado volaron con la misma compañía desde Barcelona, y a mitad de camino desviaron el vuelo hasta Basilea (Suiza) porque uno de los pasajeros olvidó tomar su medicación del corazón, y permanecieron allí retenidos varias horas. Suena surrealista, pero me lo creo. Sus amigos les enviaron uno carta a la compañía para quejarse pero no encontraron respuesta alguna.
Alfredo dijo estar de acuerdo en que los islandeses son gente muy pasiva, que no se rebelan, y que pase lo que pase mantienen la calma. “Es cierto, el islandés es una persona muy ingenua, que presupone que todo el mundo es bueno, y yo me llevé muchos palos al principio cuando llegué a Barcelona, pero poco a poco cogí la forma de pensar latina que hasta hoy mantengo. Soy un islandés que vive en Islandia pero con mentalidad latina, y en mi casa cocino tortilla de patatas.- dijo para suavizar un poco la situación.
“En el tema de la política ha pasado lo mismo, ellos confiaron en los políticos, a los que presuponían que tenían la capacidad para hacer bien las cosas y al final han visto a la situación que han llevado al país”.
Nos despedimos de Alfredo, quien nos dio su tarjeta por si cualquier día volvíamos a Islandia y necesitábamos algo, no dudáramos en contactar con él. Nos deseó suerte y partimos hacia el aeropuerto de Keflavík.
Una vez allí Sergio telefoneó a la compañía para quejarse por lo sucedido, pero le remitieron a las ventanillas del aeropuerto, donde tampoco nos solucionaron nada. Sólo quedaba esperar y resignarse con una filosofía islandesa.
Icelandic Baarin, Reykjavík
A las 3.15 de la tarde, y con 45 minutos más de retraso sobre el ya de por sí retrasado vuelo, partimos hacia Londres, donde llegamos a las 6.30 de la tarde. Ya teníamos asumida la larguísima espera que debíamos afrontar, así que nos armamos de paciencia y nos sentamos en un Burguer King para cenar. La televisión sólo hablaba una y otra vez del fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid, mientras que nosotros combatíamos el sueño a base de movernos y de café.
Me compré varias revistas que no leí, pero apenas pude cerrar los ojos en toda la noche.
Cuando por fin dieron las 7 y el avión despegó, no lo podíamos creer. Ya sólo faltaba llegar a casa, y esperar a quedarnos con todas las experiencias nuevas que nos han maravillado en ese sorprendente país. Islandia, para lo bueno o para lo malo, nunca te dejará de sorprender….
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