miércoles, 20 de julio de 2011

IRLANDA DEL NORTE (Junio 2009)

Irlanda ya no es una tierra nueva para mí pues este constituía mi sexto viaje a la llamada Isla Esmeralda. Sin embargo, descubrí gentes diferentes, formas de ver la vida y de pensar antagónicas, sumergiéndome en el corazón mismo de la isla...Todo esto lo experimenté en el Ulster, la provincia más al norte de Irlanda, formada por nueve condados, seis de los cuales forman Irlanda del Norte y pertenecen al Reino Unido, mientras que los tres restantes pertenecen a la República de Irlanda.
Ayuntamiento de Belfast

No obstante, se trata de una división puramente administrativa ya que la gente hace vida común, tienen los mismo intereses, hablan el mismo idioma...eso sí, paradójicamente la verdadera causa de división en esta zona no se palpa a un lado u otro de la frontera, sino en las mismos pueblos y ciudades, separados por barrios aislados entre sí.

Llegué tarde a Dublín, pues ya era medianoche, por lo que conversé un rato con mi primo y planificamos lo que iba a ser una emocionante ruta por el norte de Irlanda. La ciudad de Joyce me había recibido con lluvia y algo de fresco para la época en que estábamos, pero confiaba en que el tiempo cambiara al día siguiente.
La casa donde se alojaba mi primo estaba en Capel Street, muy céntrica, y con la referencia del Spire muy cerca de allí. Sólo conocí a uno de sus tres compañeros, una chica francesa muy simpática, pues los otros dos estaban fuera: un indonesio y un gaditano de Medina Sidonia.
Acordamos levantarnos temprano para alquilar el coche.
Dicho y hecho, a las 9 ya íbamos camino del lugar donde íbamos a recoger el vehículo junto a  Dienaba, una chica francesa de origen senegalés que se unió a nuestra aventura. Sin embargo, surgió un problema, mi primo olvidó el carnet de conducir, por lo que salimos con un considerable retraso.
Una vez solventado dicho imprevisto, pusimos rumbo para Belfast, la capital de Irlanda del Norte. La carretera que comunica ambas capitales se encontraba en un excelente estado excepto un tramo en obras cerca de Newry. Pasamos Drogheda y Dundalk, teniendo que pagar un peaje barato: 1,90 euros, y una vez sobrepasado este último pueblo cruzamos la frontera. Para nuestra sorpresa ningún control, nadie nos paró ni nos pidió ningún tipo de documentación. Previamente estábamos preocupados por el hecho de cruzar la frontera con un coche alquilado, pero nuestros temores desaparecieron tan pronto como contemplamos la extrema facilidad con que accedimos al Reino Unido desde Irlanda. Había escuchado que los irlandeses necesitan muy pocos requisitos para entrar en el Reino Unido, pero al tratarse del Ulster, pensaba que quizás la situación diferiría un poco. Nada más lejos de la realidad.

En poco más de 2 horas llegamos a Belfast. Aparcamos justo en el centro de la ciudad, y la primera impresión que me llevé fue la de una pequeña y tranquila ciudad británica. Calles peatonales con gente paseando arriba y abajo, pequeños comercios, y muchos, muchísimos lugares donde prepararse un bocadillo rápido. Nosotros optamos por esta última opción y entramos en un establecimiento donde servían sandwiches y bebidas calientes.
Tan pronto como terminamos de comer, buscamos un cab- el típico taxi británico preferentemente de color negro- y acordamos con el conductor hacer un tour político a cambio de 25 libras. Antes de iniciar el recorrido, se aseguró de que hablábamos inglés, aunque parece que no le quedó muy claro por las numerosas ocasiones en que nos insistió en si entendíamos cada vez que nos explicaba algo.
"Como veis, el centro de Belfast es un lugar tranquilo, donde hay gente de todos los lugares, y no es muy diferente al centro de otros lugares. Donde realmente se hacen palpables las cosas por las que por desgracia Belfast es conocida en el mundo, es en los barrios, suburbios divididos y aislados unos de otros por completo" - nos dijo antes de poner en marcha el coche.
El primer lugar que visitamos fue Shankill, cuyo nombre en irlandés significa "Iglesia Vieja", un barrio protestante de clase trabajadora. La imagen que transmite el lugar desde el coche es desoladora: calles semivacías y enormes murales pintados en las casas que reflejan la causa protestante. Muchas casas lucen decenas de pequeñas banderitas británicas, y los motivos que aparecen en los murales hacen referencia a Oliver Cromwell - fiel defensor de la fe protestante tal y como refleja una de las pinturas- , al Rey Guillermo III (Guillermo de Orange), la batalla de Talavera (1809) que enfrentó a Inglaterra y España contra Francia en plena Guerra de la Independencia o la Asociación para la Defensa del Ulster. En el mural de Cromwell se cita una de sus frases, tan dura como explícita: "El Catolicismo es más que una religión, es un poder político que me lleva a creer que no habrá paz en Irlanda hasta que la Iglesia Católica sea aplastada".
El taxista se detuvo y nos instó a bajarnos y a tomar cuantas fotos quisiéramos. Mi primo le preguntó que si era seguro hacerlo, a lo que contestó que no debíamos preocuparnos porque la gente vería que somos extranjeros, y que el problema lo tendríamos si fuéramos de allí y no nos conocieran en el barrio.
Al bajarme del taxi me invadió una sensación muy extraña, una mezcla de miedo y emoción a la que me resisto a llamar morbo. Al igual que nosotros, una pareja de turistas tomó unas cuantas fotos mientras su taxi los esperaba.
Seguimos en dirección a los muros que separan los barrios protestantes de los católicos y me recordaron a las murallas de la franja de Gaza o al antiguo muro de Berlín. Lo peor de todo es que la muralla aún sigue siendo utilizada como medida para evitar disturbios. Una de ellas permanece siempre cerrada y sólo abre los lunes por la mañana, mientras que otras muchas se cierran por las noches. Nos detuvimos ante una de las murallas presidida por un mensaje del Dalai Lama, y situada en una amplia avenida, donde había muchas pintadas. Acto seguido el taxista nos proporcionó un rotulador y nos invitó a dejar escrito un mensaje. En la pared había firmas de todo el mundo, aunque las que más predominaban eran de Estados Unidos, desde California hasta Missouri.
Llegaba el turno de adentrarnos en el barrio católico, que apareció en cuanto la gigantesca muralla. Aquí los motivos decorativos cambiaban por completo, y las banderas británicas eran sustituidas por las de la República de Irlanda. Muchas tiendas, barberías o simplemente casas, lucían emblemas que claramente los identificaban con Irlanda y el Catolicismo. Inscripciones en gaélico o referencias a lugares del sur de la isla así lo atestiguan.
Nos adentramos en Bombay Street y a nuestra izquierda observamos un altar con una gran cruz celta y una lápida con multitud de nombres. "Los de la derecha son víctimas civiles que perdieron su vida en el conflicto. Todos eran inocentes y no tomaron parte de los problemas, pues como podéis ver muchos de ellos eran incluso niños"- nos dijo el taxista con gesto conmovido. "En cambio, los de la izquierda fueron militantes armados del IRA que perdieron su vida en la lucha armada. Dos de ellos fueron abatidos por la policía británica en marzo de 1988 en Gibraltar, mientras que otros dos murieron mientras manipulaban una bomba". En efecto, yo recordaba haber escuchado durante mi infancia a mis padres hablar de aquel incidente de Gibraltar. Quien me iba a decir que años después iba a estar frente a una esquela en la que se les recordaba con sus nombres y apellidos.
Más adelante les llegó el turno a los murales católicos. Si los protestantes me resultaron duros, los católicos no se quedaron atrás pues se solidarizaban con conflictos políticos que viven otros pueblos del mundo. Así, observamos un mural de Askatusuna, dejando constancia de que el País Vasco no es ni de España ni de Francia, y que desde un particular punto de vista recordaba que existen más de 700 presos políticos, torturas, partidos políticos prohibidos y violación de los Derechos Humanos en el País Vasco. También aparecían el Ché Guevara y Bobby Sands, fallecido republicano miembro del IRA.
Durante todo el trayecto, nuestro taxista mantuvo una línea neutral y eludió pronunciarse a favor de uno u otro bando. Su actitud fue loable, pues consiguió conmovernos con sus testimonios, aunque no se libró de ser preguntado por mi primo de forma directa acerca de su identidad religiosa.
“¿Qué creéis que soy? ¿Católico o protestante?”- nos respondió. Acto seguido confirmó mis sospechas. “Soy católico, aunque a mi hijo le doy la libertad de que estudie en un colegio católico o en un colegio no religioso”
Belfast Wheel

El tour terminó en el mismo lugar donde lo iniciamos, en el centro de la ciudad, un lugar totalmente diferente a lo que habíamos estado viendo durante nuestro recorrido por los barrios de las partes en conflicto.
Ante nosotros se encontraba el Ayuntamiento de Belfast, de estilo eduardiano y con una cúpula de 53 metros de altura que dejamos abajo cuando nos subidos en la Belfast Wheel ((La Rueda de Belfast), una noria gigante situada a 60 metros de altura que nos regala unas hermosas vistas no sólo de la ciudad, sino también de las montañas de los alrededores, aunque para ser honestos, sobraron un par de vueltas para no alargar el viaje en exceso. Al final, los responsables de la atracción nos ofrecieron una foto que previamente nos habían tomado, pero desistimos preguntar siquiera su precio.
Junto al Ayuntamiento se concentraban muchísimos adolescentes que yacían tumbados en el césped, mientras que la calle anexa era un bullicio constante de tránsito de gente.
Puente de Carrick a rede y Calzada de los Gigantes

Abandoné Belfast con un concepto diferente al que tenía previamente de la ciudad. No sabría explicar en que sentido concreto, pero al menos el centro me pareció un lugar agradable.
Tomamos la carretera en dirección Antrim, pasamos Ballymena y antes de llegar a Ballymoney nos desviamos hasta Ballycastle, por una carretera que se estrechó pero que ganó en encanto. A ambos lados de la calzada dejamos verdes campos poblados de ovejas y vacas. De vez en cuando aparecían colinas y también pequeños lagos. La estampa era típicamente irlandesa, da igual de que parte de la frontera.
Poco antes de llegar al puente de Carrick a rede nos detuvimos para contemplar una bella estampa: ovejas pastando en un verdísimo paraje y un diminuto islote justo en frente.
Carrick a rede es un puente colgante de 25 metros de altura y que en los últimos tiempos se ha convertido en una verdadera atracción turística. Tras el pago de una entrada, accedimos al lugar tras andar por una vereda de un kilómetro de longitud. El paisaje que se puede observar mientras se realiza el cómodo paseo es espectacular, con las olas rompiendo frente a un acantilado.
El puente está custodiado por un guía que vela por la seguridad de la gente, pues aunque está perfectamente habilitado para los viandantes, al viajero le invade una tremenda sensación de fragilidad cuando lo cruza. Es más, el suelo me estuvo retumbando hasta que volví al coche.
Estaba atardeciendo, y el guía nos comunicó que iban a cerrar, lo cuál no constituyó ningún problema pues ya nos disponíamos a regresar. Lo que si nos preocupaba era la escasa luz con que contaríamos para ver la Calzada de los Gigantes, situada a muy pocos kilómetros de allí.
Llegamos y todo el complejo turístico montado alrededor de este monumento natural ya estaba cerrado, aunque conseguimos llegar hasta el lugar tras bajar algunas cuestas empinadas.
El camino se hizo un poco pesado debido al largo día de viaje, y las piernas lo iban notando cada vez más. Tal vez por eso no encontré este lugar tan interesante como en un principio se podría pensar, aunque a decir verdad las formaciones rocosas son muy curiosas y provienen de una erupción volcánica que tuvo lugar hace 60 millones de años. El nombre deriva de una leyenda que cuenta que había dos gigantes (uno irlandés y otro escocés) que se llevaban muy mal y a base de lanzarse rocas desde una isla a otra, éstas fueron cayendo hasta formar un campo de piedras sobre el mar. El gigante escocés decidió pasar el camino de rocas y derrotar a su adversario, pues éste era más fuerte que el otro. La mujer del gigante irlandés vio cómo venía el gigante escocés, así que decidió vestirlo de bebé. Al llegar el escocés vio que el bebé era tan grande que pensó que su padre sería el triple de grande, así que huyó pisando muy fuerte las rocas, que se hundieron en el mar para que el otro gigante no pudiera llegar a Escocia. En fin…
El Sol se estaba poniendo debido a lo encapotado del día, así que la temperatura también bajó. Es curioso, pero en Irlanda amanece muy temprano en verano, en concreto a las 4:48 vi en la información local del tiempo y oscurece totalmente sobre las 11. No llega a los extremos que viví justo una semana antes en Islandia pero también me resulta sorprendente.


DERRY

Nuestro viaje continuó en dirección al destino final del día: Derry o Londonderry como reza oficialmente en los mapas. La denominación de la ciudad es fuente de conflictos debido a que los católicos irlandeses la llaman simplemente Derry, y aunque oficialmente consta como Londonderry, el ayuntamiento nacionalista cambió su nombre por el de Derry. 
Se trata de la segunda ciudad más grande de Irlanda del norte, con unos 90.000 habitantes y se halla dividida en dos por el río Foyle. Dimos varias vueltas alrededor del centro urbano y tras preguntar a varias personas por la Comisaría de Policía –como referencia del hostal- por fin pudimos hallarlo. En apariencia era un hostal muy modesto pero a la vez muy pintoresco, con una fachada pintada en amarillo y verde, algo que debería de habernos hecho darnos cuenta de a que facción pertenecían sus dueños.
Efectivamente, una vez dentro, el salón de espera estaba absolutamente adornado con motivos irlandeses. Todo, sin excepción. Desde la puerta de entrada que daba la bienvenida en gaélico, hasta las banderitas tricolores que rodeaban la lámpara del techo. Entre medias, muchísimas banderas irlandesas, del equipo de baloncesto de los Boston Celtics, del Derry City (el equipo de fútbol local), pero al mismo tiempo era inevitable contemplar una bandera vasca y otra catalana. A estas alturas ya no me sorprendía. También una bufanda del Celta de Vigo colgaba en la pared junto a la bandera de Nueva Zelanda que aparecía con la bandera británica que aparece en su lado superior izquierdo tapada por la irlandesa, algo así como “Ireland Rules” (Irlanda manda). Humor irlandés.
La chica que nos atendió fue muy amable, y estuvo a nuestra disposición en todo momento. Una vez nos alojamos en nuestra habitación (la compartimos con dos españoles más), bajamos a esperar a nuestra compañera de viaje, que a estas alturas ya se había hecho en halagos hacia todos los paisajes que estábamos viendo.
Mientras la esperábamos, mi primo le preguntó a un chico de unos 30 años sobre el tour del Free Derry, y para nuestra sorpresa nos contestó en español. ¿De que parte de España sois? – nos preguntó. Al contestarle mi primo que de Cádiz y Málaga respectivamente, su respuesta nos sorprendió: “Yo he estado viviendo en Cádiz, concretamente en La Línea, trabajaba en Sotogrande. Me encantaban las pizzas de…¿Cómo se llama? Ahh, si, telepizza”
Aunque viví una situación similar con un taxista en Glasgow, esto ya era rizar el rizo, encontrar en Derry a una persona que no sólo ha vivido en mi pueblo, sino que ha trabajado en el mismo lugar que yo.
La conversación se tornó más seria cuando le mostramos nuestro interés por conocer la situación de lo que ellos denominan como los “problemas”. “Bueno, yo creé hace unos años el Free Derry Tour, y la verdad es que estaría muy interesante que lo hiciérais, veréis todos los murales del barrio de Bogside (el barrio católico de la ciudad). No os preocupéis, es seguro, no corréis ningún riesgo. Antes si había más problemas cuando luchábamos en las calles, pero ahora la situación está más tranquila”.

Mi primo le preguntó por el barrio protestante de la ciudad, a lo que nuestro afable interlocutor respondió quitándole importancia al posible interés por visitar el barrio del otro bando. “No, el barrio protestante no merece la pena, tiene sólo uno o dos murales. Debéis ir al Bogside. La población de Derry es de mayoría católica, más del 75 % de católicos y un 20 % de protestantes.”
                                    
Dimos la vuelta subiendo a las murallas, desde donde se podía contemplar una bonita vista de la ciudad. Continuamos el camino hacia abajo hasta salir a la calle comercial donde habíamos preguntado al taxista que amablemente nos había indicado por donde debíamos ir.

Se hacía tarde, así que pusimos rumbo a Donegal, nuestro siguiente destino. En un principio íbamos a bordear la costa, pero desistimos de hacer la ruta íntegra por lo que nos había comentado la pareja de Derry la noche anterior. Así que decidimos desviarnos por Ballybofey, pero nos despistamos y cuando nos dimos cuenta ya estábamos casi en Donegal.
Como llevábamos suficiente tiempo para que layaza cogiera el bus, evitamos entrar en Donegal y pusimos dirección Killybegs, para ver los acantilados de Slieve League y las playas de arena fina, pero con tan mala suerte que el tiempo se tornó gris y nubloso, hasta el punto de que no pudimos contemplar los acantilados de Bunglas, los más altos de Europa.
Comimos en Killybegs, en Bay View Hotel,un restaurante adornado con mobiliario de madera, muy acogedor. Allí la gente veía un partido de fútbol gaélico, el deporte nacional. Comí un filete de ternera irlandesa muy bueno junto con dos tipos de patatas y de postre un café latte. El pueblo es el puerto más productivo de Irlanda, aunque en apariencia se ve pequeño, justo lo contrario que el pueblo, que al extenderse a lo largo como la mayoría de los pueblos irlandeses, uno no sabe muy bien donde empieza y donde acaba, pero en realidad el caserío alberga a poco más de mil almas.
Killybegs, condado de Donegal

Nuevamente cogimos el coche y emprendimos rumbo a los acantilados de Slieve League. Nos paramos en un mirador muy bonito, pero empezamos a temernos lo peor al ver la niebla que se nos estaba avecinando. Pasamos el pueblo de Kilcar y cuando alcanzamos Carrick nos desviamos en dirección a la playa, y justo antes de llegar a Teelin volvimos a girar a la izquierda hasta que llegamos a un apeadero donde inicialmente dejamos el coche. La niebla era cada vez más y más espesa. Comenzamos a andar por la pequeñísima carretera pero tras andar aproximadamente un kilómetro decidimos volvernos y llegar con el coche lo más lejos posible.
Encontramos un segundo y último apeadero. Los acantilados debían estar ahí mismo. Los barrancos vallados y el sonido de las olas delataban su presencia, pero ni rastro de ellos. Había demasiada niebla. Era la primera decepción de lo que estaba siendo un gran viaje.
Miramos la hora y el tiempo se nos estaba echando encima. Ni por asomo nos daba tiempo a bordear toda la costa antes de soltar a Diadeba para que cogiera su autobús para Dublín, por lo que pusimos rumbo directo a Donegal. Únicamente nos detuvimos en una gasolinera a la entrada ya del pueblo para repostar, y tras eso aparcamos justo en el centro del pueblo, en la plaza llamada The Diamond (El Diamante).
De probable origen vikingo, Donegal es el pueblo turístico del norte de Irlanda por excelencia. Su plaza estaba llena de gente a pesar de que las tiendas ya estaban cerrando. Tomamos algo caliente en un bar muy bonito y amplio. También había fútbol gaélico en la televisión, aunque otro partido.
Nos despedimos de Dienaba y una vez que se fue su autobús, mi primo y yo visitamos el castillo- que ya estaba cerrado- y poco más. Dimos media vuelta y continuamos hasta Sligo, donde íbamos a pasar la última noche.

SLIGO

Llegamos a Sligo aún con luz del día, pero el excesivo callejeo que dimos para poder encontrar el hostal hizo que nos atrapara la noche antes de aparcar. Todo el mundo a quien preguntas una dirección en estos pueblecitos de Irlanda contesta gustosamente e incluso se esmera en explicar la dirección a seguir al detalle, a pesar de que sea difícil de entender sin un mapa en la mano.
El hostal se llamaba The Railway, y como su propio nombre indica, estaba junto a la estación de ferrocarril. Su propietario era un hombre mayor muy dicharachero, nos mostró la cocina y el baño, y antes de despedirse nos recomendó un pub llamado Donaghys donde esa noche había un recital de música tradicional gaélica.
Antes de ir al pub, situado en la calle adyacente al hostal, decidimos buscar un lugar para comer, pero ante los precios del único restaurante que encontramos abiertos, acabamos en un pequeño lugar de comida rápida, dando cuenta de un par de pizzas.
Durante la cena, mi primo y yo aprovechamos para retomar nuestro español ya que llevábamos casi dos días sin apenas hablarlo entre nosotros. Justo en tiempo en que Dienaba estuvo con nosotros. Tocamos muchos temas, pero nos centramos en su trabajo y en su vida allí. De sus palabras se desprende que mi primo ha aprendido a querer a Irlanda. Extraña a su familia, extraña su tierra, pero cuando volvió a España pensando que sería definitivamente, también comenzó a extrañar aquellas tierras. Apenas le faltaban diez días para regresar a España, ya quien sabe si definitivamente o no, aunque en principio si, pero se mostraba algo melancólico por dejar un lugar que le ha aportado mucho en todos los sentidos.
Decidimos ir al pub, y allí nos llevamos la agradable sorpresa de que la música tradicional irlandesa era en estado puro, es decir, era un grupo de músicos maduros que tocaban más que nada por placer. La gente se postraba en la barra y los escuchaba de fondo, aunque había seis o siete personas que les estaban prestando gran atención: tres de ellas éramos extranjeros, pues justo frente a nosotras había una chica japonesa que también se alojaba en nuestro hostal.
Estábamos contemplando música tradicional irlandesa en estado puro y no las actuaciones para turistas que hacen en Temple Bar de Dublín. Esta era gente que vivía la música, tocaba por el placer de escucharse así mismos. En nuestra mesa teníamos a una pareja madura que creí turistas, pero me pareció exagerada la atención del hombre a la actuación, tanto que hacía anotaciones y preguntaba a cada momento al músico que más próximo teníamos. Al rato me di cuenta de que eran irlandeses, pues su mujer decidió arrancarse y cantar una canción con la música de los entusiastas amigos de fondo.
Actuación musical en un pub de Sligo

Resultaba muy difícil entender las letras. Tanto que a veces dudaba de que estuvieran cantando en gaélico, pero tal y como mi primo me apuntó, el hecho de que alargasen tanto las palabras para cantarlas hacía las canciones muy poco entendibles para los extranjeros. Eso sí, la alusión a los pueblos de la isla no faltaban en las canciones, haciendo alusión a Donegal y Dingle entre otros lugares.
Aprovechamos el descanso entre canción y canción para marcharnos. Mi primo había disfrutado mucho el momento, y estábamos seguros de que iba a ser el mejor recuerdo que nos llevaríamos de Sligo.
A la mañana siguiente nos levantamos otra vez temprano, desayunamos en la cocina del hostal y mi primo entabló conversación con una mujer inglesa extremadamente fina y educada. Sus modales eran exquisitos, y durante el desayuno dijo que era de Dover, en el condado inglés de Kent, al sur de Inglaterra. Mientras ellos hablaban, yo me centré en leer la prensa de la mañana: Irish Independent y The Sligo Champion, éste último con una gran cobertura al Sligo Rovers, el equipo de fútbol local, por lo que suscitó mi interés.
El plan para el último día era ver un poco la ciudad y poner rumbo a Dublín, pues mi vuelo salía a las 5 de la tarde. Sligo es una ciudad muy similar a las típicas poblaciones irlandesas de menos de 30.000 habitantes, es decir, tres o cuatro calles principales, alrededor de as cuales gira todo el comercio, y muchos pequeñas tiendas. Eso sí, si la cerveza es un hábito arraigado en la sociedad irlandesa, el de la lectura no lo es menos, pues en todo pueblo que se precie se encontrará al menos una librería de bastante calidad. Sligo me llamó la atención precisamente por eso, por ver un par de librerías muy grandes que ofertaban todo tipo de lectura.
Me fotografié junto a la estatua del poeta W.B. Yeats, muy vinculado a Sligo, y cuyos escritos describen gran parte de la zona. Tras su muerte fue enterrado en el cementerio de Drumcliffe, próximo a la ciudad.
Pasamos por el edificio del Banco de Irlanda y por el de la Biblioteca de la ciudad, ambos de arquitectura oscura, tal y como me gusta denominar al material empleado en las típicas construcciones de Irlanda. También visitamos la catedral, aunque no entramos en su interior porque se estaba celebrando misa para más adelante detenernos sobre el puente del río Garavogue.
Finalmente, dimos con Showgrounds, el estadio de fútbol de la localidad. Estaba abierto y entramos, nos tomamos varias fotos y seguimos el camino de regreso.

LONGFORD Y MULLINGAR

No se si por ser la última parada de una larguísima ruta, por la premura de tiempo que llevábamos, o porque realmente no ofrecían nada interesante, lo cierto es que ni Longford ni Mullingar fueron lugares que acapararan nuestra atención.
En el primero ni siquiera nos detuvimos. Lo atravesamos y volvimos a girar para la carretera principal, pero lo poco que vimos no nos sedujo.
En cambio, tuvimos un poco más de tiempo para ver Mullingar, pues paramos allí para comer. La ciudad dista sólo 80 kms de Dublín por una autovía de pago que hace que mucha gente trabaje en la capital del país. Sin embargo, tampoco nos enamoró. Aparcamos en una calle ancha y con mucho tráfico que debía ser la calle principal, estaba bastante concurrida. Nos acercamos a la catedral y a la vuelta nos topamos con una mujer que me preguntó la hora. Su acento español la delató y mi primo se dirigió a ella directamente en el idioma de Cervantes. La mujer era de Jaén, y tenía una casa en Huelva, y llevaba un tiempo viviendo en Irlanda. Estaba esperando a que su hijo mayor de 7 años saliera de la escuela, mientras su otra hija, de 5 años, le amenizaba la espera. La sensación que nos transmitió la mujer fue la de una persona totalmente angustiada en ese pequeño pueblo y en el país en general. Sus hijos llevaban mejor lo del idioma, sobre todo el mayor, que a su tempranísima edad ya se autoproclamaba irlandés, pero la madre estaba deseando que los niños cogieran los dos meses de vacaciones de verano para volver a España. Estaba agobiada principalmente con el clima, pues no podía soportar la falta de Sol, y sobre todo la sempiterna lluvia. Mullingar no le gustaba, y nos recomendó Athlone, mucho más bonito. Será la próxima vez, pues ya no había tiempo para más, mi avión salía en dos horas, por lo que pusimos rumbo al aeropuerto y punto y final a un viaje largo pero muy aprovechado.

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